Siempre hay algo que decir. Incluso en esos días adonde las ideas están apagadas, adonde el papel se extiende ante uno, impaciente por ser llenado. A veces esto ocurre en los momentos que parecieran ser menos indicados. El día puede ser perfecto, ideal para abrirse a uno mismo y explorar las palabras, los sentimientos. Pero todo cuando nos rodea conspira para entorpecernos: los ruidos no cesan, el celular suena ante la llegada de decenas de mensajes, las personas hablan con voz fuerte, y las interrupciones son muchas. Aún en ese momento, hay algo para decir. Puede que no sea nuestro mejor trabajo, pero todo se abre como inspiración. Sentimos la incomodidad, la frustración, el desasosiego. E incluso eso es necesario.
Nuestros mundos se construyen a través de diferentes experiencias. La felicidad, por ejemplo, es un estado que añoramos y que extrañamos en los momentos más difíciles. El miedo nos restringe y nos desafía a superarlo, como una cresta a la que tenemos que subir con mucho esfuerzo. La tristeza, el éxtasis, la esperanza y la tranquilidad. El odio y el amor. De todo eso escribimos. Nuestros poemas, nuestros personajes, nuestros mundos internos y el cómo los reformamos en obras literarias tienen tanto de nosotros que no podrían existir sin nosotros de la misma manera. Y luego, quienes lo leen lo transforman y lo adoptan como propio. Lo saborean, le dotan de nuevos significados. Lo admiran, lo quieren, lo detestan o lo odian. Y todo eso genera expectativas a uno, que le da al mundo una porción de su alma en forma de palabras.
Siempre hay algo que decir. Algo pequeño o algo enorme. No es necesario que sea sorprendente, ni que nos frustremos si no sale a la primera. En este blog casi todas mis obras están en borrador; son muy pocos los cuentos que rehago o corrijo demasiado. Muchos, seguramente, sean ideas que voy a retomar más adelante. Pero todas son válidas. Eso es importante. Experimentar, jugar con nosotros mismos, nuestros recuerdos e ideas. Resignificarlas. Crear. Dejar ir, y tomar. Aún cuando sea difícil. Esa es la dificultad y la belleza de escribir.
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