sábado, 22 de mayo de 2021

[Reflexión] Sobre la angustia de escribir

Siempre hay algo que decir. Incluso en esos días adonde las ideas están apagadas, adonde el papel se extiende ante uno, impaciente por ser llenado. A veces esto ocurre en los momentos que parecieran ser menos indicados. El día puede ser perfecto, ideal para abrirse a uno mismo y explorar las palabras, los sentimientos. Pero todo cuando nos rodea conspira para entorpecernos: los ruidos no cesan, el celular suena ante la llegada de decenas de mensajes, las personas hablan con voz fuerte, y las interrupciones son muchas. Aún en ese momento, hay algo para decir. Puede que no sea nuestro mejor trabajo, pero todo se abre como inspiración. Sentimos la incomodidad, la frustración, el desasosiego. E incluso eso es necesario. 

Nuestros mundos se construyen a través de diferentes experiencias. La felicidad, por ejemplo, es un estado que añoramos y que extrañamos en los momentos más difíciles. El miedo nos restringe y nos desafía a superarlo, como una cresta a la que tenemos que subir con mucho esfuerzo. La tristeza, el éxtasis, la esperanza y la tranquilidad. El odio y el amor. De todo eso escribimos. Nuestros poemas, nuestros personajes, nuestros mundos internos y el cómo los reformamos en obras literarias tienen tanto de nosotros que no podrían existir sin nosotros de la misma manera. Y luego, quienes lo leen lo transforman y lo adoptan como propio. Lo saborean, le dotan de nuevos significados. Lo admiran, lo quieren, lo detestan o lo odian. Y todo eso genera expectativas a uno, que le da al mundo una porción de su alma en forma de palabras.

Siempre hay algo que decir. Algo pequeño o algo enorme. No es necesario que sea sorprendente, ni que nos frustremos si no sale a la primera. En este blog casi todas mis obras están en borrador; son muy pocos los cuentos que rehago o corrijo demasiado. Muchos, seguramente, sean ideas que voy a retomar más adelante. Pero todas son válidas. Eso es importante. Experimentar, jugar con nosotros mismos, nuestros recuerdos e ideas. Resignificarlas. Crear. Dejar ir, y tomar. Aún cuando sea difícil. Esa es la dificultad y la belleza de escribir.



martes, 18 de mayo de 2021

El momento (Escritura improvisada 2)

Cansado. Esa era la palabra que mejor definía mi estado de ánimo en ese momento. Ese día no esperaba nada más que relajarme un poco, pero ya en las primeras horas del día me di cuenta de que iba a ser imposible. Las tareas atrasadas se acumulaban, sin que yo pudiera hacer demasiado.

En realidad, se acumulaban porque yo no hacía demasiado. Pero nadie tenía que enterarse de eso.

Una sensación de somnolencia se apoderaba de mis ojos, pero creía tenerlo dominado. Estaba en ese momento en el que me debatía sobre si irme a dormir o no, cuando de pronto, el primer acorde sonó.

Me sorprendí un poco, tengo que decirlo. Al principio, era como un órgano suave, un sonido que se expandía por todo el espacio de mi cuarto, inundando mis oídos. No sabía de dónde venía ni adonde iba. Pero iba creciendo, aumentando mi expectativa. 

De pronto, nuevas texturas se acoplaron al órgano inicial. Era un ritmo constante que explotó en luz.

Lo escuchaba. Era grandioso. Quise correr y esconderme, derribar las murallas que me encerraban. Tocar el fuego entre mis manos. Correr por calles sin nombre hasta perderme en mí mismo.

Todo mi mundo se vio abordado, quebrado. Y entendí que, esa noche, un nuevo rincón de alegría e introspección se había sumado a mi vida. Un momento que buscaría repetir una y otra vez. La canción que me acompañaría y definiría por siempre.



domingo, 16 de mayo de 2021

Crimen en la Pampa (Escritura Improvisada 1)

Un suave viento recorría la llanura, silenciosa ante el rojo amanecer. El camino de tierra atravesaba el inmenso espacio de verdes pastos, apenas inmóviles ante el susurro de la brisa matutina. Las aves atravesaban el cielo cada tanto, dejando pequeños tintes de su canto que se dispersaba rápidamente, hundido bajo la pesada quietud. Apenas inconmovible, sólo el rápido galopar de un caballo asustado rompía el solemne cuadro. 

El caballo avanzaba agitado por el camino. Atravesó un pequeño puente que cruzaba un arroyo, y se internó en una de las pocas arboledas que salpicaban la Pampa. El jinete apuraba el paso del caballo, azuzándolo cada tanto. No estaba menos asustado que la bestia de carga: su hombro izquierdo sangraba por una herida de bala. La apretaba con fuerza, jadeando de dolor. El disparo lo había sorprendido mientras huía de la posada. Sabía que lo seguían, pero tenía la esperanza de haber perdido a su perseguidor. 

Los frondosos árboles se extendían hasta más adelante. El camino de tierra, cercado por unas viejas vallas de madera enmohecida, daba una vuelta por una curva angosta. El caballo se apresuró a recorrer esos últimos metros, cuando un estruendo vibró en la arboleda. La pata delantera del caballo estalló en sangre, y el animal gritó de dolor antes de desplomarse en tierra. El jinete salió impulsado hacia delante, y la tierra lastimó su cara. El nuevo disparo lo había sorprendido. Rápidamente, se levantó y observó a su alrededor. Sentía la mejilla latiendo, caliente. Decenas de pájaros salieron de los oscuros árboles, alarmados por el disparo, gorjeando en diferentes tonalidades. Tras él, el caballo intentaba desesperadamente moverse, relinchando y respirando con fuerza. 

La sangre del jinete se heló. Todo su cuerpo estaba en tensión. ¿Dónde estaba su perseguidor? ¿De dónde fue el disparo? Siguió mirando hacia todas direcciones, volteando rápidamente, esperando ver algún pequeño movimiento, un sonido. Algo que le orientara adonde estaba su enemigo. 

Y entonces, el crujido de un paso a sus espaldas.

No sintió nada. Sólo supo que un fuerte sonido precedió a la visión de sus entrañas siendo expulsadas hacia adelante. Sus piernas se doblaron, sin fuerza para sostener su cuerpo. Parte de su columna vertebral había desaparecido y en su lugar había un agujero que cruzaba su torso, justo a la altura de la cadera. Todo su peso estaba ahora sobre unas extremidades que ya no sentía. Quedó de cara al cielo, sin escuchar nada más sus latidos. Todo era... confuso. 

En ese momento, vio la figura que se acercaba a él.

-¿Quién... quién es usted?- cada palabra que salía de su boca era un esfuerzo que consumía su vida.- Ya... ya no tengo la... carta. No sé dónde está.

La silueta de su asesino (porque ya no importaba su nombre, el jinete ahora sabía que este hombre era quien acabó con su vida), se acercó. Su rostro era más viejo de lo que esperaba: rondaba los cincuenta años, con rasgos duros y una incipiente barba blanca. Un sombrero cubría parte de su rostro, y el resto de su cuerpo se encontraba cubierto por un poncho gris. De este sobresalía el caño de un rifle. 

El hombre lo observó fijamente. Y habló:

-Es usted Joaquín Algaráz. Nacido en Buenos Aires, el 13 de mayo de 1830.

-S...sí- respondió el jinete extrañado. Le costaba respirar.- Ya no tengo la carta... la entregué hace dos días.

-No me importa.

Joaquín le miró sorprendido, y se movió lentamente con dolor. La sangre caliente brotaba de la herida.

-¿Qué? ¿Entonces... entonces por qué...?

-Es usted Joaquín Algaráz. Hace 30 años, sirvió dentro del ejército de Buenos Aires. Participó en la defensa de la ciudad. Pero usted sabe que no es la verdad.

El hombre se acercó tanto a Joaquín que pudo ver sus ojos, inexpresivos, pero extrañamente desbordantes de furia. Los sonidos se apagaban lentamente; los bramidos del caballo sonaban lejanos.

-Usted fue un espía. Le dio información a los hombres de Urquiza- el hombre se acercó más, y con un susurro, dijo- Usted es un traidor.

-No... yo... quién...

¿Cómo? Joaquín hizo un último esfuerzo mental. Nadie lo sabía. Nadie. El se había asegurado. Estaba seguro.

-¿Quién es usted?- preguntó.

El hombre extrajo una cinta roja de su ropa, y la colocó sobre los ojos de Joaquín. Era extrañamente familiar, pero ya el mundo se alejaba de él rápidamente.

Las siguientes palabras fueron las últimas que escuchó.

-Soy el vengador. Muerte a los salvages unitarios.

Joaquín Algaraz murió el 3 de febrero de 1874. Su cuerpo fue encontrado un día después, al lado del cadáver de su caballo, con una diviza punzó en la cara.



sábado, 15 de mayo de 2021

Primeros pasos

Sus pequeñas manos formaron una rosa de papel.
Jugaba sobre una alfombra de color pastel.
Las horas transcurrían sin ser percibidas,
Como un grano de arena en el desierto.

Sus ojos perciben los más sutiles movimientos.
Figuras diminutas se esconden bajo el sillón,
Sombras fugaces bailan bajo el sol de la tarde,
Y la tetera silba chillona, queriendo llamar la atención.

Los cortos pasitos se mueven por la sala.
El mundo es nuevo, los colores brillan.
Los olores llaman, y los sonidos atraen.
Torpemente, el movimiento lleva al descubrimiento.

Sonrisas acompañan al aventurero,
Dos manos le indican el camino.
Es el primer paso en una historia nueva.
Un hito que jamás recordará.



Pensamientos

Contempla la obra en tus manos. 
Dime qué es lo que ves.
Quebraste el hueso y separaste la carne.
Dejaste sin alma a un corazón roto.
No pareció importarte cuando le diste la espalda.
Hiciste oídos sordos a un lamento lejano.

El mármol y la humedad,
Dorados ante el tímido sol otoñal.
Descansan los cuerpos a tu alrededor.
Ya nunca podrás recuperar lo que dejaste ir.
Las risas y los llantos, el deseo y el enojo,
Ya no más.
¿De qué sirvió el silencio?

Una nota que se pierde en el aire
Es olvidada si nadie la escucha.
Las palabras que dijiste
Quedaron marcadas como hierro caliente.
Ni el Segundo ni el Séptimo círculo quisieran recibirte.

El poeta reflexiona. 
Contempla la obra de sus manos.
Es posible que sea demasiado duro.
Es posible que sea injusto.
Giros que estallan en su boca.
Tierra que brota de sus manos.

¿Es el deseo de enmendar más fuerte que la ruptura?